He vivido dos cónclaves de adulto (bueno y en toda mi vida también), y en las dos ocasiones ha pasado lo mismo en los días previos: decenas de elucubraciones sobre los futuribles y apuestas sobre lo que significaría tal o cual cardenal como Papa. Pero lo que más se oye (para bien o para mal) es el «es una oportunidad de oro para que la Iglesia cambie«. Una frase que me hace muchísima gracia.
Bien, no digo yo que no sea necesario que la Iglesia se adapte más rápidamente a los tiempos que corren, pero el mundo ajeno a la Santa Sede y demás no comprenden una cosa: No se puede hacer el mismo análisis político con El Vaticano que con, pongamos, unas elecciones legislativas de cualquier otro país en lo que el nuevo presidente sí que marca un nuevo rumbo para el estado de turno.
Cuando hablamos de la Santa Sede, la gobernación de la Iglesia, y el papel de quien ejerce de Sumo Pontífice, tenemos que pensar más en términos de «big picture», de un proceso constante que lleva años en curso (podríamos decir que el actual rumbo viene desde el Concilio del Vaticano II, cuando decidieron «abrir las ventanas para orear»). La Iglesia no se va a levantar y de aquí a, pongamos, un año, ser lo más de lo más de la sociedad. Hay una aparente necesidad de que se adopte a la dictadura de una sociedad que lleva décadas pasando de ella (me hace mucha gracia toda aquella gente que declara pasar de la Iglesia pero que exige que sea guay). Podría hablar del «relativismo» que tan controvertidamente criticó Benedicto XVI, pero me iría mucho del tema.
El caso es que lo más importante del nuevo Papa es que decida tomar las riendas de la Iglesia con mano fuerte y que sanee lo que tiene que sanear mientras sigue predicando la Buena Nueva. En este sentido creo que es importante que siga los pasos de su predecesor, quien ya hizo progresos con todo el escándalo de la pederastia (ya se comenta que ha echado más de un rapapolvo). Esfuerzos insuficientes para los que más que perdón buscan venganza (otro caso de choque entre Sociedad e Iglesia) y/o justicia (creo que, aunque si lo hace un ciudadano corriente no hay problema (bueno, sí, pero es menos escandaloso), queda feo el hecho de que ciertas diócesis hayan optado por indemnizar antes de ir a juicio).
Los temas que más suenan, como el de los derechos LGTB, para «modernizar» La Iglesia, no son cosas que se hagan de un día para otro. De hecho no me cabe duda de que hay algunos que ni se les pasa por la cabeza. El clamar que se revolucione de arriba a abajo la Iglesia con todo tipo de nuevas cosas (desde abortos hasta sacerdotisas pasando por matrimonio homosexual) es pedirle peras al olmo. Puede que un milenio de estos el olmo evolucione en peral y dé peras, pero no debemos pretender que la Iglesia sea lo que se nos antoje, ya que tiene unas prioridades que no tienen por qué ser las que nosotros intentamos imponer.